DIA 34

Durante 2 días no salí de detrás del mostrador.
Pasar horas encerrada en la penumbra, casi sin atreverme a respirar me agotó psicológicamente de un modo que jamás hubiese podido imaginar.

Finalmente subí a la parte de arriba del edificio en el que estaba el ciber café en busca de comida; era un pequeño departamento con cocina, baño y cama.
Y entonces hice algo que hasta aquel momento me había parecido una locura pero...no sé.
Supongo que me sentía demasiado mal como para pensar.
Tomé una ducha.
El agua caliente, casi hirviendo, el vaho y por primera vez, despreocuparme totalmente de si estaba envenenada, tenia hongos o caía ácido.
Me daba igual.
Después busqué ropa limpia en los armarios y me sentí un poco mejor al abrazarme a Fernando en el sofá y dormir.
Dios no sé cuanto dormí. Y no me habría despertado de no ser por el hambre y la sed.
Medité un buen rato hasta que decidí que solo había dos opciones; buscar comida, o morir de inanición.
Llevaba tres días y medio sin comer, más de lo que he estado en mi vida, sin embargo no tenía hambre.
Ni un poco.
Pero tenía que comer.
La idea de que me ataquen de improviso en estos momentos ya se ha diluido bastante pero solo hace 4 días era terror real.
La imagen de Pink cayendo sigue nítida en mi cerebro como si siguiera viéndole ante mi; flaco, torpe y encorvado.
Lo único que cogí fue la mochila del portátil...y mi gato de la suerte.

Pasear por una ciudad vacía comenzaba a parecerme lo normal.
Hacía un día y medio que la ceniza había dejado de caer, y no ha vuelto a hacerlo hasta día de hoy, el cielo estaba brillante aquel día. Azul, despejado y precioso.
Bajé por la calle Balmes, con los oídos atentos a cualquier cosa, refugiándome bajo los toldos. Trasteé supermercados y comí sentada en cualquier pasillo. ¿Qué mas daba ya?
El plan era salir de Barcelona como fuese.
Caminé dejando que la brisa del medio dia meciera mis cabellos y en un par de momentos hasta llegué a casi confiarme. Casi pensar que aquello era normal, que estaba bien...
Y de pronto no pude sino pararme en seco. Como un golpe, una voz, una voz lejana...una guitarra, que me hizo echar a correr hacia ella muerta de miedo, pero no, no eran helicópteros.
Era una grabación.
Me planté bajo el balcón del que salía aquella música respirando a toda velocidad de cansancio y terror, pero tenía que mirar, tenía que ver.
La puerta de la entrada estaba rota, y la voz de Chavela Vargas con su “Llorona” parecía llamarme desde el piso de arriba.

Subí en un silencio sepulcral, como si la vieja Vargas estuviese allí y temiera interrumpirla. Como si el espiritu de la llorona fuese a marcharse para siempre si me veía.
La habitación estaba vacía. Solo el tocadiscos y una manta. Un armario ahora apartado también había estado cubriendo la ventana.
Tomé la manta con cuidad y debajo, un rifle.
Dejé el ordenador en el suelo y lo levanté como pude, oyendo como la canción volvía a comenzar.
Hasta que una voz a mis espaldas me hizo chillar.
Era un militar, grande, muy grande. Un militar como los que mataron a Pink.
Le amenacé con el rifle, le dije que se estuviera quieto pero se limitó a hablarme en un tono paternal que solo logró cabrearme más y más, diciéndome que lo dejara porque iba a hacerme daño.
Solo podía pensar en que yo si que iba a hacerle daño a él cuando apreté el gatillo, después sentí un golpe muy fuerte en el hombro, como un golpe con una vara de metal y mucho dolor.
Y caí al suelo chillando.
Tardé casi 10 segundos en saber que había pasado; no había tenido en cuenta el retroceso. Así de simple.
La bala se había incrustado en el techo, sobre la puerta y yo me había hecho realmente daño.
Después, sobre el dolor, sobre Chavela Vargas, llegué a pensar que me mataría. Pero no lo hizo.
Solo me susurró que aquello era normal, que me había dislocado el hombro.
Me cogió el brazo casi a la fuerza, impidiendo que me pusiera derecha con uno de sus propios pies y tiró fuerte de improviso. Nada jamás me ha dolido tanto.
Y lo movió para comprobar que estaba bien...y lo inmovilizó.
Yo no podía parar de llorar de dolor y miedo.
Y él me susurraba en español, un español con acento francés, preguntándome quien era y que hacía allí, y yo no sabía contestarle. No podía pensar.

Llevo con él 4 días. Le he preguntado varias veces que es lo que ocurre pero no quiere responderme. Solo me ha dicho que se llama Gerard y que nació en Toulouse. Habla mucho de Toulouse. Bueno...habla mucho.
Me llama “princesa” y me trae comida; dice que tiene una hija de mi edad.
De lo ocurrido con Pink solo me dice que no me acerque al ejercito, ni al de salvación.
Creo que es un desertor. Ni siquiera sé si realmente se llama Gerard, ni que hace aquí un militar con acento francés.
Todo es muy confuso.

dia 27

Estoy harta de oír mi respiración. Llevo 4 días oyendo solo eso.
No paro de temblar, apenas puedo teclear en mi PC.
Sigo en el ciber, en una trastienda.
Todo se ha jodido. Todo.
Desde hace 4 días esto es el infierno.

Las provisiones casi se habían acabado cuando Pink y yo salimos de exploración. Atardecía en el centro de Barcelona.
Las pintadas ahora brotan de la pared como setas. Pero no habíamos visto a nadie hacerlas, nunca, pese a que a veces las tocaba y mis dedos quedaban negros de pintura fresca.

Recorríamos las calles recogiendo todo lo que podíamos recoger.
En otros viajes Pink me había conseguido un buen abrigo que me salvó de las últimas lluvias y un gato de la suerte chino, de esos que mueven la patita al que llamé Fernando y que ahora mismo me mira desde arriba de una estantería sin dejar de mover la pata.
De repente algo nos sobresaltó. Un estruendo. Un helicóptero.
Por como sonaba ambos comprendimos que apenas estaba a un par de calles de allí y emprendimos la carrera para ver, con nuestros ojos, si era verdad que aún quedaba alguien, o si eran los autores de las pintadas.
Pink más rápido se me adelantó hasta quedarse contemplando la escena desde detrás de unos arbustos de la placita.
Yo le miraba a él y al enorme helicóptero militar situado en el centro de la plaza desde una esquina, agazapada tras unos contenedores.
Sin poder moverme.
Tres militares bajaron del cacharro y tantearon ligeramente el terreno.
Vi como Pink me miró un segundo y le hice el gesto de que no, que se estuviese quieto.
No era un helicóptero de salvamento sino de transporte, alargado, verde y con dos enormes hélices, una sobre cada extremo.
No mandan helicópteros de transporte para salvar gente. Si hubiera estado un poco mas cerca, me habría gustado poder hacérselo ver a mi amigo.

Antes de que pudiera hacer nada, corrió hacia el grupo, careta en mano.
Después oí como explosiones, como dos petardos y el flaco cuerpo de Pink se desplomó.
Le vi. Le vi moverse en el suelo mientras su camiseta amarilla se teñía de oscuro.
Siempre pensamos que la sangre es roja, pero yo solo veía negro.
Y se levantó. Con la camiseta empapada en sangre por delante y detrás. Encorvado, se levantó y miró un segundo hacia donde yo me encontraba, y lo reconozco; fui presa del pánico.
El pánico, el maldito pánico me recorrió como electricidad, solo con pensar que vendría hacia mí en su delirio y me delataría ante los asesinos que le apuntaban riendo a través de sus máscaras.
Pero Pink no deliraba. Comenzó a caminar, pero no hacía donde yo estaba, sino rumbo a otro sitio.
Y apenas dio 6 pasos, antes de que un nuevo disparo impactara contra su cabeza derribándole, dejándole tendido ahí, de lado, solo, pequeño...cada vez mas pequeño, como si se pudriera ante mi. Tuve que morderme los labios para no chillar.
Me alejé y corrí como nunca de regreso al ciber.
Y después me tumbé en el suelo, sintiendo como si aquellos hombres me hubieran seguido.
No paro...
No, no paro de temblar y ahora;
Vuelvo a estar sola...
 
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